Siempre de traje, con una sonrisa y con sus productos para vender. Quienes lo conocieron lo definen como una persona generosa, amable, trabajadora y siempre presente. Como el sol: hiciera frío o calor, él siempre estaba. Por eso es que los tucumanos lo despidieron con gran dolor, y ya sienten su ausencia. A partir de ahora, el centro no será el mismo. Hugo Arias (mejor conocido como Don Arias) no estará para ofrecerte una lapicera o una charla, de esas que los transeúntes disfrutaban tener con el señor “del corazón de oro”.

La noticia de su fallecimiento se dio a conocer el miércoles por la tarde, y ayer cientos de tucumanos pudieron acercarse a darle el último adiós. A los 85 años, su cuerpo dijo basta. “Lo conocí, lo llevé a su casa y conversamos... Agradezco sus palabras que tocaron mi ser”. “Siempre guardaré su sonrisa y su amabilidad”, “Un ejemplo de trabajo, respeto y honestidad”. De esa manera se expresaron en redes sociales miles para despedirlo, todos con palabras de amor y con las mejores anécdotas con él.

Es que, ¿quién no lo ha conocido? ¿Qué estudiante no le ha comprado un resaltador? Don Arias estaba en todos lados. Y era imposible prohibirle que trabaje, dijo a LA GACETA Jessica Tissera, nuera del hombre. “Era una persona muy generosa, sobre todas las cosas. Le gustaba ayudar aunque muchas veces él pasaba necesidad -relató-; se llegó a decir que la familia lo mandaba a trabajar. Pero no es así; si hay algo que yo admiro es su forma de vida. Era un laburante. Nosotros le decíamos que se quede y él me contestaba: ‘tesoro, te amo, pero vos sabés que tengo que ir a vender las lapiceras’. Me decía: ‘yo me siento vivo así; así soy feliz’. Y eso es lo que a nosotros nos costó comprender. Muchas veces nos peleábamos con él, porque se iba con frío y con calor... A veces lo encontraba por el centro y me lo traía a casa”.

Por las calles

En su juventud había trabajado en la Dirección General de Rentas (DGI), pero luego viajó a Buenos Aires en busca de nuevos horizontes. De nuevo en Tucumán, empezó a vender lapiceras, a sus 70. Pero jamás contó el trasfondo de su nueva vida como comerciante. “Tenía dos hijos en Buenos Aires y otros cuatro acá. Empezó a vender lapiceras cuando su hija más chica (hoy ya cerca de los 20, dijo Jessica) necesitó una operación muy grande. Ella es hipoacúsica, y en ese momento no se hacían esas operaciones de forma gratuita, como hoy. La cirugía se costeaba en dólares y él comenzó a sacar préstamos, que se hicieron más grandes, para pagar la operación. Después sacó otro, y otro, y la deuda se le fue haciendo enorme. Creo que hasta hoy se lo descontaban de la jubilación. Se logró juntar el dinero para operarla, pero no salió bien y mi cuñada no pudo recuperar la audición”, relató Jessica.

Con las lapiceras BIC en la mano, Arias recorrió todas las universidades de Tucumán y marcó generaciones con su compañía. Tanto que lo defendieron con movilizaciones: en 2016, por ejemplo, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT, se le quiso prohibir el ingreso. Los estudiantes se manifestaron hasta que pudo regresar a vender. “Una vez llegó un abogado recién recibido a la pensión donde vivía. Le trajo un sobre con plata y le dijo que nunca se iba a olvidar lo que Hugo había hecho por él. Cuando este chico empezó a estudiar, un día el hombre entró al aula a ofrecer sus marcadores. El chico fue sincero y le dijo que no tenía para comprar. Hugo sacó tres marcadores y se los dejó en la mesa, como un regalo. ‘Nunca me voy a olvidar de ese gesto’, nos dijo el chico. Así era él”, agregó Jessica.

EN FOTOS. De traje y con una sonrisa, así salía don Arias a vender sus lapiceras y resaltadores por Tucumán.

Recuerdos

Situaciones como estas hay muchas. Por eso se lo recuerda con tanto amor. También es cierto que se lo conoció por las muchas movidas solidarias que se hicieron para ayudarlo. “Una tarde fui al centro a pagar deudas. Hacía mucho frío y él estaba desabrigado, sentado en una vereda cerca de la facultad. Siempre que podía le compraba lapiceras o le dejaba una ayuda; ese día no tenía nada, pero me saqué mi campera y se la dejé. Con los ojos llenos de lágrimas me la recibió. Ese día me marcó de por vida”, contó Ángeles Lemos.

“Yo lo conozco desde hace muchísimos años. Siempre lo veía por 25 de Mayo y me acercaba a comprarle algo, más que todo para ayudarle. La idea de la campaña (que hicieron en 2021) surgió de verlo un domingo a la siesta durmiendo en la plaza San Martín, y hacía muchísimo calor -contó Inés Otero-; en aquel momento se acercaron muchas personas con promesas de ayuda; nos dijeron que él tendría un lugar donde vivir mejor, una mejor calidad de vida para transitar su vejez, pero después todo quedó en promesas”.

Orgullo

Quien lo veía, seguro le invitaba algo. Inés compartió varias comidas con él. “El 27 de octubre de 2021 era mi cumpleaños y lo llevé a desayunar. Él me quería pagar el desayuno, pero no lo dejé, entonces me regaló una cartucherita divina -recordó Inés-; me quería pagar a mí e invitarme el almuerzo o la merienda siempre. Eran sus únicos pesitos y aun así quería compartirlos [...] la última vez que lo vi fue hace aproximadamente un mes. Estaba muy desmejorado. Me partió el alma verlo así; no se podía mantener en pie casi”, agregó y destacó: “y me quería pagar el café, porque dijo que los caballeros siempre pagan”.

La salud de don Arias se deterioró en los últimos meses. “Tenía algunos problemas respiratorios, que se complicaron hace un mes. Se lo internó y ya no salió -contó Jessica-; nos sorprende y nos llena de orgullo la respuesta de la gente. Es un orgullo que una persona, vendiendo lapiceras, pueda haber abarcado tanto en el corazón de Tucumán entero. Es algo muy especial, como él, un ejemplo de lucha, de perseverancia y de trabajo [...] si lo dejabas en casa, que era lo que intentábamos hacer, el semblante le cambiaba. Era como una depresión la que le agarraba, se sentía inútil e incapaz”.